ORACIÓN A
MADRE ADMIRABLE
NOVENA LETANÍAS CONSAGRACIÓN
DE LAS MADRES
LA IMAGEN
DE MADRE ADMIRABLE

Madre Admirable, ruega por nosotros.

Madre Admirable, lirio del valle, flor de los campos.

Madre Admirable, que derramas a tu alrededor perfume de inocencia.

Madre Admirable, que haces que todo nos sea fácil.

Madre Admirable, cuya mirada nos eleva y transporta más allá de las cosas de la tierra.

Madre Admirable, que nos haces amar a Jesús.

Madre Admirable, que rompes las cadenas de los pecadores más endurecidos.

Madre Admirable, que nos inspiras el desprecio de los placeres y honores mundanos.

Madre Admirable, que revelas a tus amigos los secretos del Sagrario.

Madre Admirable, más pura que el lirio, del cual ofuscas el candor.

Madre Admirable, remedio de todas las heridas.

Madre Admirable, tesoro de calma y de serenidad.

Madre Admirable, ejemplo de la verdadera grandeza.

Madre admirable, junto a quien quisiéramos siempre estar.

Madre Admirable, a quien nadie reza sin hacerse mejor.

Madre Admirable, consoladora por excelencia.

Madre Admirable, violeta humilde, solitaria y escondida.

Madre Admirable, que inundas al corazón de dulce alegría.

Madre Admirable, que haces pregustar el cielo.

Madre Admirable, que das la fuerza para cumplir los más grandes sacrificios.

Madre Admirable, delicia de la tierra y del Cielo.

Madre Admirable, cuyo recuerdo da reposo al corazón.

Madre Admirable, que dices a todos una palabra de vida.

Madre Admirable, que con tu mirada nos transportas a un mundo mejor.

Madre Admirable, que abres a tus amigos el camino del crecimiento interior.

Madre Admirable, que levantas el ánimo abatido.

Madre Admirable, tan modesta cuanto grande.

Madre Admirable, de quien solo el nombre nos llama a cumplir con el deber.

Madre Admirable, que nos haces ver cuánto te agrada este nombre.

Madre Admirable, a quien jamás se invoca en vano.

Meditemos cada invocación de las letanías.

Estas meditaciones fueron escritas en italiano por una religiosa del Sagrado Corazón y vertidas al castellano. Pueden utilizarse para realizar, meditando una por día, un mes en honor de Madre Admirable.

Primera

MADRE ADMIRABLE,

ruega por nosotros.

¡Oh, Madre Admirable!, venimos a pasar este mes bajo tus ojos. Venimos a admirarte, a contemplarte. Venimos también para ser mirados por Ti. Tú eres nuestra Madre, y nosotros somos tus hijos. ¿No es verdad que a las madres y los hijos les gusta mirarse mutuamente? ¿no es verdad que su amor recíproco vive de esas miradas?

Te miramos, Madre Admirable. Te miramos porque eres bella, porque eres mansa, porque eres pura, porque a través de toda tu actitud nos das paz. Mirándote la alegría invade nuestros corazones de hijos, una alegría única que ninguna otra criatura podría darnos. Te miramos, oh Madre, y decimos "¡qué bien se está aquí!"

También Tú, míranos, a nosotros pobres hijos tuyos, tan débiles, tan poco generosos, quizá ¡tan pecadores!...

Ante ésta, nuestra miseria, tu amor crece, tiene piedad, se inclina sobre nosotros, como mirándonos largamente... ¡Que ésta tu mirada, pueda purificarnos, fortificarnos, embellecernos!...

Oh Madre, ¡sobre todo ésta, tu dulce misericordia, te hace admirable! Madre de Jesús, ama a tu Jesús en nosotros y ve, en nosotros su divino rostro.

Madre Admirable, ruega por nosotros.

Segunda

MADRE ADMIRABLE,

lirio del valle, flor de los campos.

¡Oh Madre Admirable!, Tú eres como el lirio del valle y la flor del campo, pequeña criatura toda hecha de simplicidad. Tu exquisita belleza la recibes del solo actuar de Dios.

Él ha querido que existas, su sabiduría te ha concebido, su amor te ha hecho ser lo que eres. Flor del campo, ¡qué de maravillas en tu corazón! La gracia ha entrado dentro de tí en abundancia, porque Dios quería que tus pétalos se abriesen al Rey de los reyes, al Salvador del mundo, a Jesús.

Dios se ha inclinado sobre Ti, Lirio del valle. En Ti, espejo de pureza, El ha visto algo de su propia imagen, algo de su amor, de su ternura, de su dulzura y, porque esta pequeña flor era la maravilla de la creación, la obra maestra de la omnipotencia, El ha querido esconderla, custodiarla a la sombra de la humildad. ¡Oh Madre, tu eres flor del valle, flor del campo! Dichosos los ojos que han sabido descubrirte, dichosos los que han apreciado el perfume delicado de tu humildad. Más felices todavía los que quieren participar de tu vida escondida bajo la mirada de Dios.

Danos gustar -necesitar- una vida toda hecha de simplicidad; danos gustar de la sombra que nos cobija; danos, sobre todo, gustar y necesitar abrirnos como Tú, a Aquel que nos ha creado y nos custodia con Su amor.

Tercera

MADRE ADMIRABLE,

que derramas a tu alrededor perfume de inocencia.

¡Oh María, alrededor tuyo todo habla de pureza!. Un perfume de inocencia emana de tu dulce presencia. Perfume que nos ofrecen tu lirio, tu mirada baja, tus labios cerrados, tu frente inclinada, tu trabajo interrumpido, tu actitud de paz y de recogimiento.

El perfume revela a la flor. ¿Dónde se esconderá esta flor del cielo que alcanza a la tierra tal suavidad? ¡Ayúdanos a descubrirla! El amor eterno la ha hecho manifestarse en tu corazón purísimo. Allí la gracia de tu inmaculada Concepción ha hecho de tu alma un paraíso de inocencia, el jardín de delicias del Verbo Encarnado.

Tú eres plenamente bella, oh Madre Admirable, atráenos al aroma de tus perfumes.

Haz que tu presencia nos preserve del mal, del pecado, de toda infidelidad, de toda tardanza en el servicio de Dios. Y si nuestra debilidad nos hiciere apartarnos del camino del deber, si el gusto de las cosas de aquí nos llevara a engaño, haz que nuestro corazón se vuelva a Ti a respirar el perfume de tu pureza, para reencontrar la inocencia y abrirse siempre más a la gracia vivificante.

¡Oh Madre Admirable, comunícanos tu pureza!. Haz que en esta atmósfera de inocencia y de amor, Dios pueda hacer crecer lirios. Tú los cultivarás, tú los custodiarás, oh dulce flor de pureza.

Cuarta

Madre Admirable,

que haces que todo nos sea fácil.

Admirable Madre de Jesús, venimos a Ti, como a la fuente viva que quita la sed, como a la llama que calienta, como a la aurora que disipa las tinieblas, como a la madre siempre atenta al extravío de sus hijos.

¡Oh Madre Admirable! El camino de la vida, en muchos momentos, se hace duro. No es fácil caminar siempre, con paso igual, por el sendero del deber.

No es fácil amar al prójimo, nuestro hermano, como Jesús quiere que lo amemos.

No es fácil mantener el ánimo constante en las mudanzas de la vida.

No es fácil ir hacia el Dios de la luz, a través de caminos a veces llenos de sombras.

¡Hay días en que todo parece tan pesado...!

Pero, Tú, ¡oh Madre Admirable!, nos lo haces todo fácil. No apartas de nuestro camino el sacrificio, como Dios no lo apartó del suyo, pero facilitas el esfuerzo haciéndonos crecer en el amor. El amor, siempre vencedor en Ti, te hizo decir al comienzo de tu destino: "Hágase en mi según tu palabra". Esa frase de adhesión al amor, tú jamás la retractaste. No te resististe nunca al sufrimiento, sino que ofreciste a su actuar, un alma humilde y mansa, toda entregada a Dios.

¡Oh Madre mía!, que tu ejemplo sea mi fuerza. Haz todo fácil en mi vida. no con la supresión de los pesares, sino con un amor generoso, siempre mayor que aquellos.

¡Oh Madre dulcísima!, haz fuerte mi corazón, y si ves que mi amor demasiado rápido se agota, te ruego, dame algo del tuyo y repíteme la lección del verdadero Amor.

Quinta

Madre Admirable,

cuya mirada nos eleva y transporta más allá de las cosas de la tierra.

¡Madre Admirable, una paz celeste te circunda!. Has interrumpido tu trabajo; el lirio parece inclinarse hacia Ti como para escuchar una gran lección. A tu alrededor la misma naturaleza está como aguardando oír.

También nosotros, tus hijos, estamos atentos a tus ejemplos. Jesús nos ha hecho ingresar a tu escuela. ¡Enséñanos a llegar a ser aunque sea algo parecidos a Ti! ¡Guía nuestros pasos!

Tus ojos semicerrados hacen entender a nuestras miradas vacilantes cuáles son nuestros verdaderos horizontes.

¡Oh Madre Admirable!, frecuentemente lo humano nos turba, lo finito nos desconcierta. La actividad puede llevarnos a la ilusión y hacernos confundir lo pasajero con lo eterno, lo relativo con lo absoluto.

Tú conoces los verdaderos valores; no permitas que nuestras almas se dispersen y se dejen seducir por los bienes de aquí abajo.

Dinos que, en medio de las complicaciones de la vida, es necesario buscar a Dios; aún mediante humildes ocupaciones, con tal de que el amor las anime.

Dinos, sobre todo, que el Reino de Dios está dentro de nosotros, y que allí, como tú has hecho, es necesario buscar su presencia, hacernos dóciles a su acción, ponernos en comunión con su vida.

¡Madre Admirable, que tu mirada nos eleve y nos transporte más allá de las cosas de esta tierra!.

Sexta

Madre Admirable,

que nos haces amar a Jesús.

Madre Admirable tú nos enseñas a amar a Jesús, porque como Tú nadie lo ha sabido amar. Tú nos lo haces amar porque sabes mostrarnos en qué consiste el verdadero amor.

Has amado en Jesús al Hijo de Dios y a tu propio hijo. Lo has amado con un amor pleno de adoración que te mantenía pequeña y dependiente delante de Él. Lo has contemplado con mirada admirativa y con el alma llena de alabanza. Tu corazón, mirándolo, decía: "¡Oh mi Dios!" Pero también lo has amado con ternura de madre, atenta a sus mínimos gestos, extasiada por su sonrisa, apenada y dolorida por cada uno de sus sufrimientos. Este amor de madre era de virginal pureza; jamás la sombra de una búsqueda personal ha podido ofuscarlo. Cuando decías "Jesús mío", tu corazón exultaba de santa alegría. Fruto de tu seno, no has querido retenerlo para Ti; lo has ofrecido a Dios y entregado para la salvación del mundo el día de la Cruz. Así es como lo has amado.

¡Oh Madre Admirable!, así nos enseñas en qué consiste el verdadero amor. El que alcanza toda su fuerza en la mirada siempre fija en Jesús; el que vive del olvido de sí, y sobre todo en la hora del sufrimiento.

Enséñanos a amar a Jesús de tal modo que nuestro amor no se permita jamás la sombra de una duda en la respuesta a ninguno de sus deseos.

Séptima

Madre Admirable,

que rompes las cadenas de los pecadores más endurecidos

¡Quién podrá decir, oh Madre Admirable, cuántas almas cargadas de pecados han pasado delante de tu imagen! Tu corazón guarda ese secreto.

Algunos han pasado insensibles y desenvueltos bajo tus ojos, guiados de la sola curiosidad. Otros, más conscientes de sus pecados, parecían bien decididos a no salir de la vía del mal en la cual caminaban; otros, finalmente, quizá secretamente atraídos, llevaban en el corazón el duro sufrimiento de la separación de Dios ...

¡Doloroso desfile de pecadores! Pero ¿se puede pasar bajo la luz sin que un rayo nos ilumine?... ¿Se puede pasar bajo tus ojos, ¡oh María!, sin que nos toque la gracia? ... Tú has visto a esos pobres seres y les has tenido piedad, porque sabes que el pecador es prisionero de su propio pecado; no tiene el coraje de las renuncias que le abrirían las puertas de la prisión; no tiene confianza que así haría entrar la luz; no tiene el arrepentimiento que rompería sus cadenas. Pero, ¡oh María!, si en su angustia te mirara aunque fuera solo de pasada, bien pronto las puerta de su prisión se abrirían. Tú tienes las llaves, Tú, la Corredentora que ha sufrido en el alma los dolores de la Pasión de Jesús y ha adquirido sus méritos... Tu mirada se volverá hacia tus hijos pecadores, tus pobres hijos, y les llevará la luz; tus brazos se abrirán para acogerlos; tu compasión los hará llorar de ternura; tu dulzura los conquistará; tu fuerza los liberará; tu prudencia los hará regresar al camino del bien.

¡Oh fidelísima!, constante en seguir con tu mirada a aquellos que has liberado: son frágiles y la subida es dura para sus pasos inciertos. Continúa siendo para ellos Aquella que nos guarda y custodia. Te necesitamos, ¡oh Madre Admirable!

Octava

Madre Admirable,

que nos inspiras el desprecio de los placeres y honores mundanos.

¡Oh Madre Admirable!, puesto que la Sabiduría habita en Ti, tú no desprecias las alegrías y bellezas de la tierra. Tu mirada llena de luz sabe descubrir, allí, la presencia y la acción de Dios.

Tú amas el candor del lirio: ¡te habla de la Providencia divina que lo ha revestido de belleza! Tú admiras la naturaleza que te rodea y la aurora palpitante de vida que te habla de Aquel que tiene en sus manos toda la creación.

Tú amas todo lo que te hace descubrir una traza de Dios. Pero, porque hay placeres que pueden poner un obstáculo entre El y nosotros, nos enseñas, con tu ejemplo, a servirnos de las criaturas y no a estarles sujetas. Bajo el influjo del Espíritu Santo, tu alma ha ido poco a poco creciendo en santa libertad. Tú no has permitido que la más mínima seducción de las cosas creadas atrapara por un instante tu mirada, de la cual Dios ha custodiado celosamente la absoluta pureza. ¡Oh Madre Admirable!, tus ojos bajos no desprecian los bienes de este mundo, pero los superan, porque han visto la Belleza: ¡tan cercano a Ti está Dios! ...

¡Oh Madre!, levanta nuestra mirada a las cimas donde se fijan tus ojos. Así valoraremos más fácilmente la justa medida de las criaturas y recogeremos, en las alegrías de aquí abajo, la gota de amor que Dios les ha puesto para hacernos pregustar el infinito amor que nos espera en El por la eternidad; entonces nos liberaremos de todo aquello que no nos habla de El.

Novena.

Madre Admirable,

que revelas a tus amigos los secretos del Sagrario.

Estás envuelta en el silencio, ¡oh madre Admirable!, y, mientras tanto, hablas... Si, hablas y revelas secretos divinos a aquellos que saben estar atentos a tus palabras.

¡Habla de lo que llena tu corazón, oh Madre de Dios! Habla del amor infinito que hay en Dios; de ese amor que quisiera envolver a todo el mundo y al cual ninguna barrera puede impedir que se difunda, ¡tanto ha amado Dios al mundo! Cuando estabas en el templo no sabías hasta dónde llegarían los excesos de ese infinito amor. Pero más tarde lo has visto: hasta el pesebre, hasta la Eucaristía, hasta la Cruz. He aquí los caminos de Dios para alcanzar al hombre.

¡Oh Madre Admirable!, cuéntanos el secreto del Sagrario. Cuando en Éfeso el 'discípulo amado' te daba la Hostia divina, percibías bien la hondura de su misterio. Misterio infinito surgido del amor, misterio de plenitud inagotable por las riquezas que regala.

Pero me parece que dices: la Eucaristía no es solamente un misterio de grandeza, es una lección de pequeñez. Allí Dios se aniquila y llama a Sí a los pobres, a los servidores: "Pauper, servus et humilis". "Pobre, servidor y humilde".

Santísima Señora, Tú que fuiste toda tu vida "la esclava del Señor", revélanos este camino. Haz que, en la simplicidad de nuestro corazón -las manos quizá vacías pero hecho ofrenda el corazón-, vayamos todos los días a lo de este Dios que es plenitud infinita. Entonces tú nos enseñarás a custodiar en nosotros a tu Jesús; a hacernos también nosotros pequeñas hostias ofrecidas a lo que Dios quiera hacer con ellas.

Madre de Jesús, te suplicamos: repítenos muchas veces estos grandes secretos del Sagrario...

Décima

Madre Admirable,

más pura que el lirio.

¡Eres toda hermosa, oh Madre Admirable! ¡Estamos tan felices al venir cerca de Ti para saciar nuestras miradas de belleza, de serenidad, de luz celestial!

¡Eres toda pura! Ninguna mancha en ti, ninguna deficiencia, ninguna sombra. Se aprisiona en tu alma la belleza, como el cielo parece aflorar de las aguas calmas de un lago. Eres toda pura, porque la ternura infinita del Padre se ha inclinado sobre Ti para hacer de tu corazón la obra maestra de la creación. Por eso el Ángel ha podido decirte: "Te saludo, llena de gracia."

¡Oh Madre Admirable!, eres toda pura, porque el Verbo divino ha habitado en Ti. La llama de su Corazón ha tocado el tuyo; tu amor se ha perdido en el suyo, para subir al cielo como una ofrenda de alabanza.

Eres toda pura ¡oh María! porque tu corazón se ha abierto al Espíritu Santo, como el lirio se ofrece a la luz de la aurora. El Espíritu Santo te ha concedido ser grande en la fe, fuerte en la esperanza, ardiente en el amor.

¡Oh Madre!, ideal de belleza, que tu pureza rapte nuestros ojos, custodie nuestros corazones, encante nuestra eternidad.

Oncena

Madre Admirable,

remedio de todas las heridas.

¡Oh Madre Admirable!, la paz y la serenidad te rodean. Pero más allá de este horizonte de calma y de dulzura tu mirada adivina el mundo de las almas. Sí, el mundo de las almas con todos sus sufrimientos, todas sus angustias... El mundo de las almas que tan hondamente prueba el dolor. Madre de bondad, ¡posa los ojos en tus pobres hijos, confiados por el amor de Jesús a tu misericordiosa ternura! ¿No es verdad que una madre vela con más amor por el niño que más tiene necesidad de compasión? ¿y que su corazón intuye de inmediato aquello que puede ayudar a sanarlo?

¡Oh Madre!, mira a todos los que sufren. Si Tú los miras, seguramente serán sanados y consolados. Tú, que has contemplado con tanto dolor las llagas de Jesús, descubre, a través de las heridas de tus hijos, el rostro bendito del divino crucificado, y así los amarás aún más.

¡Oh Madre!, mira las heridas de las almas que han perdido la fe en Dios y que quizá están al borde de la desesperación. Mira las heridas del corazón producidas todos los días por la muerte, la separación, la ausencia de los seres queridos. ¡Mira también las heridas mil veces más graves del pecado!

¡Oh María!, toca esas llagas. Tu mano inmaculada no se contaminará y el enfermo comenzará a curarse. ¡Oh Madre de Jesús!, tu remedio, lo sabemos, no consiste siempre en quitar el mal, porque sabes que la cruz es buena y que el sufrimiento nos prueba y nos depura. Tu remedio es mostrarnos el Amor que ha preparado o permitido la cruz. Es verter en nuestras llagas el bálsamo de la humilde adhesión a Dios. Tu remedio, sobre todo, es hacernos comprender el significado de estas palabras: "No temas, yo soy tu Madre". Entonces, ¡oh María!, nos enseñarás a triunfar del mal y a sonreír a la pena.

Duodécima

Madre Admirable,

tesoro de calma y de serenidad.

Madre Admirable, el Espíritu Santo habita en Ti. Desde el primer instante de tu existencia Él tomó posesión de todo tu ser. Y puesto que este Espíritu divino es Espíritu de fuerza y de dulzura, de alegría y de paz, todo en Ti está misteriosamente impregnado de calma y de serenidad. En Ti no hay ningún alboroto. Todas tus facultades están en reposo; porque están bajo el dominio del Altísimo.

Tu inteligencia está iluminada por la claridad de la Fe; tu voluntad se abandona al más mínimo querer de Dios; tus deseos se aquietan en el beneplácito divino; tu corazón vive donde vive tu Tesoro.

De toda tu persona emana la serenidad de tu interior. ¡Oh Madre Admirable! ¡Cómo me gusta tu inclinada frente! Parece estar a la escucha del Verbo invisible. Verbo de vida que un día será tu Hijo. Me gustan tus ojos bajos, dirigidos hacia las realidades invisibles; tus labios cerrados, que sabrán un día pronunciar el 'fiat' de la salvación del mundo. Y tus manos abandonadas sobre tus faldas ¿no están ya llenas de bendiciones? ¡Oh manos compasivas y dulces! al contemplarlas mi corazón se siente arrebatado de santa alegría...

¡Oh Madre Admirable, tesoro de calma y de serenidad, consérvame entre tus manos, hasta el día en que me conducirás a las puertas del Paraíso!

Decimotercera

Madre Admirable,

ejemplo de la verdadera grandeza.

¡Oh María! No has pretendido grandezas. Dios ha venido a buscarte en tu pequeñez. No solo la de tu origen y condición, sino la de tu profunda y exquisita humildad: Tú has querido seguir siendo siempre la pequeña servidora del Señor. ¿Es que hay, pues, en el Reino de Dios, valores que confunden nuestras comunes apreciaciones?

¿Es verdad que el más escondido de los seres es quien vive en enorme luz? ¿Que es el más oscuro el que mejor brilla a los ojos del Altísimo? ¿que el más débil es quien puede realmente contar con la fortaleza divina? ¿que el más pequeño puede ser el más grande?

Tú has comprendido, ¡oh Madre Admirable!, que Dios es el único grande, y que nuestra grandeza consiste en dejar que Dios tome en nosotros todo lugar. ¿Qué son, oh María, las grandezas de la tierra, la riqueza, la fama, el saber? A los ojos de Dios no son sino sombras fugaces. Tu las has sobrepasado fijando tu corazón allí donde está el verdadero Bien: Dios, servido con plena adhesión a su voluntad; Dios, contemplado con la pureza virginal de la mirada que Lo busca; Dios, poseído en intercambios que te sacian de amor. He aquí tu verdadera grandeza, ¡oh María!

Ayúdanos a comprenderla en Ti, a desearla como Tú, a poseerla por tu intermedio.

Decimocuarta

Madre admirable,

junto a quien quisiéramos siempre estar.

¡Oh Madre Admirable!, ¡qué bien se está junto a Ti! ¡Cómo nos gusta mirarte, admirarte, dejar cantar nuestro corazón cuando está lleno de Ti! ¡Eres tan bella! Joven bendita por Dios, eres llena de gracia, llena de pureza, de humildad y de paz. Irradias esos tesoros, esa impronta del cielo, a través de tu recogimiento. Deja que te miremos todavía y nos detengamos aún más al lado tuyo.

¡Detenernos! Pero la vida nos dice: "Camina, camina, el tiempo urge, el camino es largo, no es hora de descanso". Y Jesús nos dice a cada momento: "Levántate, ve hacia las almas que te esperan."

¿Es posible, oh Madre, que Él nos diga "¡camina!" y tú nos digas: "¡ven, siéntate cerca de mí¡"? Tú eres madre, y sabes que las paradas son necesidad de la tierra y, porque Tú quieres que nuestro camino no fracase, nos invitas a ir hacia Ti. "Ven porque te amo, ven para que yo pueda hacerte descansar. Ven para que yo pueda hacerte retomar el camino." He aquí las palabras benditas que dices a todo caminante que se detiene a tu sombra.

¡Cuántas almas has rehecho, cuántas lágrimas has secado, con cuántas sonrisas has iluminado nuestras vidas! Esa es siempre tu parte, ¡oh Madre de Jesús! Sí, porque desde hace más de cien años, tus hijos corren a tus pies. Cien años, y permaneces siempre joven, ¡oh madre Admirable! ¡Y cada vez más bella! Irradias juventud, esperanza, amor; por eso quisiéramos quedarnos siempre a tus pies.

Pero es necesario caminar, partir; es la ley de nuestro servicio. En la aurora de cada día, sin embargo, vendremos a tomar de Ti la dirección de nuestros itinerarios y el coraje para seguir adelante. Y por fin un día nos dirás "¡Basta! Henos aquí en la casa del Padre; yo te he conducido y yo te espero. Entra en el gozo de tu Señor."

Decimoquinta

Madre Admirable,

a quien nadie reza sin hacerse mejor.

¡Oh Madre!, sé decir pocas oraciones, pero sé también, que, para volverme mejor, basta que rece aún sin palabras. Para crecer, basta situarnos bajo tus ojos y ponernos en tus manos. Allí, uno se recoge, se calla, se entiende, se transforma.

Bajo tus ojos de luz, el alma ve, como en un espejo, la miseria de la propia vida. ¡Oh María, qué miserable mi pobre amor comparado al Tuyo! Mi pretendida humildad no es sino una ficción al lado de tu virginal ocultamiento.

¡Mira mi pobre paciencia! A la primera dificultad se agota. Yo, tan inquieto, hago mezquina figura frente a tu sereno abandono. Y mi corazón, ¡Oh Señora Santa!, junto a la pureza del Tuyo ¡cómo aparece manchado! Eso es lo que soy: un pobrecito, que tiene poco de qué envanecerse. Pero estoy bajo tus ojos y Tú me miras y eso me da seguridad. Aunque no sea atractivo ¿un niño no es acaso siempre querido por su madre? Permanezco bajo tus ojos, ¡oh Madre! Ellos me darán la luz, y eso será el comienzo de mi transformación.

Con el hilo que se desliza entre tus manos benditas, tejerás hermosos vestidos para este pobrecito; y yo, tu hijo, apareceré transformado. ¡Oh Madre Admirable!, te pido, sobre todo, que pongas tu mano sobre mi corazón, allí donde Dios quiere complacerse.

Dame un corazón puro, límpido como una fuente, un corazón delicado que a nadie hiera, un corazón fuerte que no rehúse el amor cuando exige el sacrificio, un corazón fiel, ardiente, grande como el mundo ¡oh!, si mi corazón de hijo pudiese asemejarse un poco al de su madre. Para tender a ello, ¡oh María!, me pongo bajo tu mirada y me abandono entre tus manos.

Decimosexta

Madre Admirable,

consoladora por excelencia.

¡Oh María!, doce estrellas circundan tu frente, brillan al dulce esplendor de tus virtudes, son símbolo de tu gloria de Madre de Dios. Pero, en tu cielo, en la claridad de la mañana que se alza lentamente en el horizonte, una estrella está todavía encendida: es la estrella de la mañana, aquella que habla de tu gloria de Madre de los hombres. ¡Esa estrella eres Tú, oh María!

Tu claridad se vuelve cada vez más tenue, hasta desaparecer en la plena luz del Sol que se eleva. Tú permaneces humildemente en la sombra, ¡oh Madre de Aquel que se ha llamado 'la Luz'!

¡Estrella que iluminas nuestras noches y anuncias la mañana, sé mil veces bendita!

Las nubes pueden pasar entre nuestros ojos y tu claridad, pero luego desaparecen, mientras Tú permaneces siempre. Tú eres la consoladora de quien busca la luz; del viajero que duda de su camino. Tú eres la esperanza de todos aquellos para quienes la noche es demasiado larga: la noche del sufrimiento que pesa inexorablemente sobre nuestras jornadas. ¡Cuántos seres humanos esperan un mañana que los libere de la inquietud y del ansia! Estrella solitaria, Tú nos enseñas a mirar al cielo. Así es como eres la consoladora por excelencia. ¡Nos hace tanto bien buscar tu dulce luz, oh María! ¡Das tanta claridad a quien Te conoce!

¡Oh Madre de Jesús!, justamente por Ti, por tu bondad, aún en la más densa oscuridad, en nuestro cielo brillará siempre una estrella.

Decimoséptima

Madre Admirable,

violeta humilde, solitaria y escondida.

Tú eres, ¡oh María!, una flor naciente a la sombra del bosque, una flor que exhala su perfume en silencio, una flor mensajera de primavera y de nueva vida. ¡Oh, tu maravillosa humildad! Te consideras una pequeñísima criatura. La pureza de tu mirada ha penetrado demasiado la grandeza de Dios, para que tu único deseo no sea el de hacerte nada frente a Él, en la más profunda adoración. Tu mirada jamás se ha detenido en Ti, porque Tú, virgen llena de gracia, sabías que todo don viene de Dios. Tu corazón no se ha detenido nunca en el rebosamiento de gracia que corría en tu interior; sino que se ha elevado siempre a su Fuente. Por eso la mirada de Dios se ha complacido en Ti. Él no resiste el perfume de la humildad. Al contrario se inclina hacia la criatura que se le abre y la colma de Sí.

¡Oh María!, flor elegida del cielo, tu corazón estaba siendo preparado para recibir al Hijo del Altísimo y formó al Salvador en el silencio de la vida oculta.

Silencio de tu adhesión.

Silencio de tu paz.

Silencio de tu abandono.

Silencio de amor materno.

Silencio que ha ido llenando poco a poco una sola palabra: ¡Jesús!

Cuando Él apareció sobre la tierra, Tú fuiste, oh María, la dulce mensajera de una nueva primavera. Una nueva luz ha pasado por el mundo; una vida desconocida ha surgido en las almas; toda la humanidad ha exultado de santa alegría. ¡Oh María!, dulce mensajera de una nueva primavera.

¡Oh María!, violeta de Dios, danos la humildad, danos a Jesús.

¡Oh Jesús, renueva la faz de la tierra!

Decimoctava

Madre Admirable,

que inundas al corazón de dulce alegría.

Cerca de Ti ¡oh Madre Admirable! el alma se abre, el corazón se dilata, la alegría canta y algo infinitamente dulce regocija nuestra vida, como se despereza la naturaleza cuando es acariciada por los rayos del sol.

Porque, oh María, Tú eres para nosotros fuente de pura alegría. Nuestra alma no tiene necesidad de respuestas: eres nuestra madre, y eso nos dice todo. Corazón alguno ama al niño como el corazón de su madre. Su amor vela sin tregua, atento a todo lo que pueda amenazar la vida o hacerla florecer. Calma los ímpetus y apremia las indolencias. Es un amor que tiene toda clase de ternura para consolar, de promesas para estimular, de energías para sostener. Sabe ser fuerte y dulce, paciente e incansable, invencible en la esperanza.

¡Oh Madre Admirable!, con este amor maravilloso Tú nos amas. Lo adivinamos, ¡lo sabemos!, y esta certeza nos inunda de dulce alegría.

¡Oh Madre divina!, Tú nos ofreces una alegría todavía más alta: si es verdad que eres nuestra Madre, lo eres todavía más de Jesús. Es a este Jesús, Aquel a Quien Tú nos das. Tú eres en nosotros la madre de la Vida; la Madre de su crecimiento dentro de nosotros; la Madre en nosotros de su Reino.

¡Oh María!, ábrenos a su amor; haz que nos ofrezcamos a su actuar divino. La vida se transforma cuando Jesús se hace dueño de ella. Nos estremecerá entonces una santa alegría y, si Tú la custodias -así como eres su fuente- ninguno podrá quitárnosla.

decimonona

Madre Admirable,

que haces pregustar el cielo

El cielo, oh María, es el lugar de la visión de Dios, del descanso y del amor. Sobre Ti han pasado los rayos de esa Patria que nosotros admiramos y, por medio de Ti, nuestro corazón es atraído hacia la beata eternidad. Pregustamos en Ti, ¡oh Madre Admirable!, algo de la visión de Dios. El Altísimo ha dejado en Ti el reflejo de sus grandezas. Tú eres la más bella de sus criaturas: nuestra vida se consumirá más ligero que nuestra admiración a Ti. Dios te ha hecho toda pura, toda clemente, toda buena, como El es la pureza, la clemencia y la bondad. ¡Oh Madre Divina!, cuando queremos buscar el rostro de Dios, no tenemos más que inclinarnos sobre tu Corazón purísimo.

El cielo es también descanso y paz. Tú eres ese cielo, ¡oh María!. Todo está en Ti dominado por la adoración de la voluntad divina. No hay ningún deseo, ningún movimiento de tu alma, que no estén subordinados al dominio de la sabiduría soberana. El Espíritu de Amor ha armonizado todo en Ti y tu amén es un canto que arrebata al Corazón de Dios.

El cielo es, finalmente, el lugar del amor. "En el cielo se ama y no se hace daño". Tu Corazón Inmaculado ha sido el cielo del Verbo Encarnado, por el amor que allí Él encontró. Es también el paraíso de tus hijos sobre la tierra. A través de la ternura que consuela todas sus angustias, ellos adivinan ya, en Ti, el amor que secará toda lágrima. A través de cada uno de tus maternales amparos, les parece sentir de lejos la voz que dirá un día: "¡Ven, te espero!".

Madre Admirable, Tú nos haces pregustar el cielo.

Vigésima

Madre Admirable,

que das la fuerza para cumplir los más grandes sacrificios

¡Oh Madre Admirable!, permite al pobre caminante que llega a ti, retomar fuerzas en tu presencia.

Prosigo mi rumbo, ¡oh María!, pero el camino es largo y, a veces, el paso se vuelve pesado. ¿Por qué el canto que daba ritmo a nuestra marcha se ha ido debilitando poco a poco? Lo sabes bien. Tú, que has recorrido nuestros senderos de sufrimiento. En ciertas horas la vida se hace dura; los pensamientos no parecen tan alegres como cuando partimos; el coraje disminuye; la noche puede caer sobre el más vivo entusiasmo y sobre las más generosas resoluciones.

¡Oh Madre!, no es fácil permanecer "hijos de la luz"; decir siempre que "sí" a las exigencias del evangelio; inclinar la espalda cuando en ella se posa la cruz. Pero ¿seríamos dignos de Jesús si no supiéramos estar dispuestos al sacrificio?

¡Oh Madre!, Tú nos das el coraje para las más grandes renuncias, porque nos das el amor que nos trae la luz. Tú, puesta por Dios en la fuente de donde mana el amor, lo das a quien te tiende la mano. Un amor trascendente, que no siempre se mide con gestos heroicos, sino con la serena adhesión al querer de Dios. Este amor es la fuerza que eleva, la energía que estimula a retomar la carrera interrumpida.

¡Oh María!, hazme este principesco don. Dame el amor. Y luego, enciende sobre mi camino una gran luz; aquella que iluminó tu camino; aquella que no conoce ocaso y disipa todas las tinieblas. Dime que todo lo que me pide Dios es siempre bueno para mí y que, cuando sufro, Alguien camina conmigo. Alguien cuyo divino corazón me entiende. Alguien que, aún a través de los senderos más oscuros, me conduce a las alboradas eternas.

Vigesimoprimera

Madre Admirable, delicia de la tierra y del Cielo.

Mientras tus ojos, Madre Admirable, se inclinan hacia abajo, en inmensa plegaria, solo atenta a la presencia de la Santa Trinidad que en Ti habita, las miradas de toda la tierra se vuelven hacia Ti y en Ti se complacen las miradas del Cielo entero.

¡Cuántas almas, oh María, descansan a tus pies y luego vuelven a partir transformadas! Mira la larga procesión de todos los visitantes a quienes has transformado y extasiado:

El niño de corazón sencillo que ha extendido sus brazos hacia la Madre de Jesús y le ha dado toda su ternura.

La doncella que, conmovida por tu pureza, te ha confiado el cuidado de su jardín cerrado y se ha ido más confiada y más virginal.

La esposa y la madre, que han hallado en Ti el secreto de su fidelidad y su coraje.

El apóstol consumido por las almas, que ha obtenido de Ti la alegría de las más generosas inmolaciones.

El pecador que ha comprendido, de tu acogedora sonrisa materna, que Tu lo estabas esperando.

El anciano, cuya lámpara está por apagarse, y ha mirado con radiante esperanza el camino del cielo hacia el cual Tu lo conduces...

También el cielo, ¡oh Madre Admirable!, encuentra en Ti sus delicias. Dios Padre se complace en la obra maestra de su creación. El Hijo te bendice porque has aceptado ser su madre y condividir su vida redentora. El Espíritu Santo se goza al hacer pasar por tus manos virginales el torrente de amor que debe purificar y santificar el mundo.

También la legión de los elegidos, allí arriba, se hace eco de las armonías de la tierra repitiéndote con inenarrable alegría: "¡Tota pulchra es María!", "¡Toda hermosa eres, oh María!"

¡Oh María, recogida y silenciosa! escucha cuántas delicias inspiras: ellas no turbarán nada a tu encantadora humildad...

Vigesimasegunda

Madre Admirable,

cuyo recuerdo da reposo al corazón.

Madre Admirable, ¡cuántas generaciones de estudiantes han venido, en sus jóvenes años, a confiar a tu corazón de Virgen y de Madre sus deseos más ardientes, sus sueños del porvenir, la voluntad de hacer de su vida algo grande y valioso, por Dios, por la Iglesia y por el servicio de los demás! Y Tú los has iluminado, estimulado, bendecido. Los años de la adolescencia luego se han esfumado, el contacto con la vida ha quizá hecho pasar sobre estas almas el soplo del escepticismo, del abatimiento. El ideal avistado se ha ocultado. ¿Para qué apuntar tan alto? ¿Porqué no transitar por los senderos habituales en donde el placer bien puede tomar el lugar de la alegría de antes?

¡Oh Madre!, cuando Tú sientas surgir quedos estos murmullos del corazón de tus hijos, cuando adivines el cansancio de las almas que se sienten demasiado solas como para luchar, muéstrales nuevamente tu imagen pura, tu atrayente dulzura.

Al aparecer ella otra vez en su recuerdo, una nueva aurora iluminará su camino. Recordarán las promesas hechas en un tiempo, propósitos hechos a tus pies, cuando la luz brillaba plenamente en su vida.

Tu frente inclinada les dirá que Tú todavía los escuchas; Tu lirio dirá que es necesario custodiar la pureza del alma; el hilo que corre por tus dedos les hará comprender que su vida está en Tus manos. Entonces, fortificados y confiados, tus hijos reemprenderán serenos, bajo tu mirada, el sendero momentáneamente abandonado.

Vigesimatercera

Madre Admirable,
que dices a todos una palabra de vida.

¡Oh Madre Admirable!, ¿como no comprender mejor a tus pies las palabras de vida que has dicho al mundo y que el Evangelio nos hace sentir?

Tu 'he aquí la esclava del Señor', ¿no es acaso palabra de vida? Esa palabra ha abierto al flujo del amor infinito, que surge de Dios, las puertas de la humanidad y abre a la vida divina la puerta de nuestra alma, toda vez que ella las pronuncia.

Tu "Haced lo que El os diga" ¿no es también palabra de vida?

¡Oh Madre!, no hay verdadero amor si no se acoge esta palabra; no hay santidad sin ella. Para quien la escucha y la vive es seguridad y paz.

Tu recurrir a Jesús -"Hijo mío, no tienen vino"- es también él palabra de vida. Es día, ¡oh María!, tu confianza, tu abandono, han abierto al mundo las efusiones de la gracia divina. Desde entonces, Tu eres la omnipotencia suplicante que tiende las manos a Dios en nombre de todas las angustias.

¡Una Palabra de vida! Hay una, ¡oh Madre!, que dices a tus preferidos cuando te das cuenta de que pueden recibirla: la palabra que ha llenado tu vida; la que suscitó en Ti las más grandes alegrías y los más grandes dolores; la palabra divina que el cielo exalta y que la tierra adora, que el pequeño balbucea al comienzo de su vida y que cierra los labios del moribundo cuando deja este mundo: ¡Jesús! Tu sola, ¡Oh Madre!, puedes decir a tus preferidos cuanta fuerza, cuanta dulzura, cuanta alegría, cuánta grandeza, cuanta vida, encierra en si este nombre mil veces bendito. No se pude haberlo aprendido de Ti y permanecer sin amor.

¡Oh Madre Admirable!, cada vez que nos postramos a tus rodillas, repite a nuestra almas atentas esta sola palabra de vida: "Jesús". Ella obrará en nosotros la plenitud.

Vigesimacuarta

Madre Admirable,

que con tu mirada nos transportas a un mundo mejor.

¡Oh Madre de Dios y de los hombres!, cuando me detengo, atento, delante de Ti, cuando considero la paz que te envuelve, cuando veo tu trabajo interrumpido y tus ojos vueltos hacia adentro, hacia una espectáculo que mi pequeña mente no puede alcanzar... entonces me pregunto, ¿dónde vive esta Madre Admirable? ¿hasta donde llega el alcance de su plegaria? ¿está todavía en la tierra o, más bien, su alma ha partido ya al cielo?

Madre, respóndeme. ¡Quisiera tanto seguirte hacia aquella misteriosa región donde tu corazón parece haber establecido su morada! Pareces responderme: "Allí donde está mi tesoro, allí está mi corazón. Mi tesoro es la presencia de Dios. Moro en su amor y vivo de su voluntad". ¡Oh Madre Admirable! condúceme al encuentro con Dios; enséñame a llevar siempre a Jesús en mi alma, a vivir en Su presencia; que mi morada esté en su amor y mi alegría en su voluntad.

¡Oh Madre! dame la gracia de una vida de fe que sepa superar todas las sombras humanas para alcanzar, a través de todo, a Aquel que es la Luz.

¡Su Presencia! ¡Su amor! ¡Su voluntad! ¿No poseería entonces lo que espero del Cielo? Mirándote, ¡oh María!, pregusto la Patria feliz. Imitándote, dejándome guiar por ti, dando a Dios todo lo que espera de mi, ya vivo un poco, desde ahora, en aquella morada de eterna felicidad.

Las cosas de la tierra adquieran, desde allí, su verdadera medida, y sea así yo libre de todo lo que no es mi Dios!

Vigesimaquinta

Madre Admirable,

que abres a tus amigs el camino del crecimiento interior.

Contemplándote, ¡oh Madre Admirable!, todo nuestro ser queda atrapado por el santo deseo de penetrar en ese mundo de amor y de gracia en el cual tu alma ha fijado su morada. ¿Quién mejor que Tú puede revelarnos la vida interior? ¿Quién mejor que Tú abrirnos a la vida de Jesús y formar en nosotros su semejanza divina? ¡Oh Madre, deja que Te miremos!

¡Tú, Virgen silenciosa!

¡Tú, Virgen humildísima!

¡Tú, Virgen fiel!

¡Virgen silenciosa, tú nos enseñas que el silencio crea en nosotros esa solemnidad que conviene a la espera de Dios. ¡No estamos, acaso, siempre en esa espera?

¡Oh María conserva calma y reservada la morada de nuestra alma donde Jesús desciende todos los días!.

Virgen humildísima, enséñalos que no hay progreso sin una generosa tendencia a la humildad. Los dones de Dios están seguros solamente en las almas que no se atribuyen nada, que son conscientes de su miserias. Enséñanos la pequeñez que sabe ser dócil, que ama servir y después con gusto desaparece. La humildad de tu alma ha subido hacia Dios como una melodía; ha arrebatado su corazón: haz que la nuestra, Lo incline hacia nosotros.

Virgen fiel, tú has siempre respondido a las expectativas de Dios, no has interpuesto ni una sombra de una hesitación entre la llamada de la gracia y la realización; danos esta prontitud en el amor, este impulso lleno de fe. Que nunca nos detenga el sacrificio, sino que en la alegría que centuplica el don, sepamos responder a cada gracia que nos solicita: "¡he aquí la esclava del Señor".

Vigesimasexta

Madre Admirable,

que levantas el ánimo abatido.

¡Oh Madre Admirable!, no siempre llego a Ti con el paso alegre y con el rostro radiante de santo ardor. Más de una vez he llegado a Ti con la frente inclinada, el rostro ansioso y pesado el caminar. En esos días, con ganas he posado mi cabeza cansada sobre tus rodillas y he dicho solamente: "¡Oh Madre, no puedo más! Aquí estoy sin palabras, sin fuerzas. Mi coraje ha llegado al límite de sus posibilidades"... Y Tú has oído aquello que los labios no se animaban a decir; porque nada se oculta al corazón de una Madre como Tú. Tú sabes que hay días en los cuales la atmósfera está tensa porque todo nos es contrario, días en los cuales tenemos la cabeza llena de pensamientos que vuelven una y otra vez; los mejores propósitos entonces nos parecen ilusiones, la esperanza no canta más en el corazón, la inquietud es mala consejera y la llama del amor de Dios se hace vacilante.

Pero Tú estas allí; y el saberlo ya es un descanso. No corriges ni reprendes al pobre ser desanimado que te dice su angustia; lo miras, te haces ver y, cuando has cautivado su mirada, lo diriges hacia Uno que lo ama: Jesús. Uno que no se asombra de la debilidad y cuyo corazón está siempre abierto, cuya misericordia vive perdonando. ¡Oh! Este corazón es la vida del mundo. Si me conduces a Él, Madre Admirable, Él me rehará; y yo retomaré más animosamente mi fardo. Si solamente una chispa de su llama rozara mi alma, la angustia y el cansancio no podrían ya nunca más vencerme.

¡Oh María!, me refugio al lado de tu corazón, para que Tú me descubras el Corazón Divino de Jesús.

Vigesimoséptima

Madre Admirable,

tan modesta cuanto grande.

¡Oh Madre Admirable!, aquí estoy delante de ti, con el corazón conmovido y pleno de reverencia. ¿Porqué de pronto mi palabra se ha hecho tímida? ¿Quizá paraliza mi pensamiento tu grandeza de Madre de Dios? ¿O será más bien tu dulce y virginal modestia? Un encanto que a la vez atrae e impone respeto emana de Ti.

¡Oh Virgen María!, siento que el infinito en Ti habita y te cubre con su divina sombra, de tal modo que acercándome a Ti, me acerco a El.

Vives escondida en su luz; por eso a tus ojos te sientes pequeñísima. Esta modestia celestial pone su sello no solo sobre tus miradas, tus gestos, tus palabras, tu actitud toda, sino que se imprime en tus deseos, en todas las vivencias de tu alma. Esta alma, ¡oh Madre Admirable!, es bella y dulce como el horizonte que te circunda; y quiero, permaneciendo en estática admiración, penetrarme de tu serena gravedad. Y al alejarme de Ti, llevando mi tesoro en un alma que se ha hecho más virginal, quiero que cualquiera que se me acerque pueda pensar: el Infinito habita en este corazón.

¡Custodia mis ojos, custodia mis labios! No soy más que una pobre criatura. Mi verdadera grandeza, ¡oh Madre!, es asemejarme a Ti y asemejarme a Jesús... ¡que no busque otra!

Vigesimoctava

Madre Admirable,

de quien solo el nombre nos llama a cumplir con el deber.

¡Oh Madre Admirable! siempre has dicho sí a todo querer de Dios, y has sido, por ello, la criatura más dulce, más libre, más llena de grandeza y de amor.

Ningún llamado de la gracia ha encontrado en Ti sino adhesión, acogida, sumisión, aún cuando te invitaba a ofrendas dolorosísimas.

Bajo los toques delicados o fuertes del Espíritu Santo, no has tenido sino un canto: Dios mío, heme aquí, hágase según tu voluntad.

Esta admirable sumisión, esta conformidad, esta fusión de tu querer con el de Dios, las has realizado en la simplicidad del deber cotidiano.

La intención alta y pura que te animaba, transfiguraba humildemente tus tareas cotidianas y las hacían admirable a los ojos de Dios y de sus ángeles.

¡Oh María!, el "he aquí la esclava" nos expresa esta actitud y nos pide que la hagamos nuestra. ¡Ojalá pudiésemos, como Tu, entender que el cumplimiento generoso y fiel del deber hará de nosotros seres cada vez más libres. Demasiado frecuentemente quedamos prisioneros de nuestras vacilaciones, de nuestras repugnancias. Haznos entender que someterse a Dios, no es servidumbre sino grandeza, y que cada acto de fidelidad es comunión con su poder, con su amor.

Por eso, ¡oh María!, haz que ninguno de nuestros deberes nos parezca nunca pequeño; pueden existir ocupaciones sin relieve, pero no deberes pequeños.

He aquí, ¡oh Madre Admirable!, lo que nos recuerda tu nombre, lo que nos dice tu humilde tarea de hiladora, lo que imprimirá en nosotros tu corazón de Madre.

Vigesimonona

Madre Admirable,

que nos haces ver cuánto te agrada este nombre.

Las innumerables gracias que pasan a través de tus manos virginales, ¡oh María, Madre Admirable!, hablan suficientemente de cuánto te es grato este título.

¿Quizá porque un ideal de belleza se transparenta desde tu semblante?

¿Eres feliz solamente porque tus hijos contemplan la serena paz que parece venir del seno de la inmortal Trinidad?

Cuando pronuncian el dulce nombre de Madre Admirable, ¿te complaces en el abundar de los dones de Dios?...

¡Oh María!, tu corazón es demasiado puro para detenerse en si mismo; y no te has inclinado nunca sobre ese corazón sin de inmediato ver el rostro de Dios. No tienes sino una mirada única hacia ese Dios que quieres amar en todas las cosas. Por lo tanto, si te complace ser invocada bajo el nombre de Madre Admirable, significa que quieres ser una alabanza viviente a la gloria divina, y que quieres mostrarnos, en tu persona, qué magnifico es Dios al donarse.

Tu quieres que comprendamos que poco importa, para hacer cosas grandes en el Reino de Dios, ser pequeño y sin gloria humana, con tal de que se sepa decir a Dios esa palabra que abre todos los diques al ímpetu de su gracia: "que se haga en mi según tu palabra".

Sí, has sido Madre Admirable porque tu 'fiat' ha abierto el torrente de la misericordia de Dios y lo ha hecho descender al mundo.

¡Oh Madre, qué cosa sería el universo si este 'fiat' encontrara eco en todas las almas! ... La gracia divina que nos ha venido de Ti, la haríamos elevarse al cielo, rica de abundantes entregas de almas.

¡Oh Madre Admirable!, ayúdanos a recibir el amor, a trasmitirlo a las almas y a hacerlo ascender hacia su fuente eterna.

Trigésima

Madre Admirable,

a quien jamás se invoca en vano.

¡Oh Madre Admirable!, nadie jamás ha llegado a tus pies, pobre, pequeño y miserable, sin haber sido confortado y sin que de su corazón surgiera un canto de esperanza y de alegría y sin que su voluntad se decidiera a emprender una vida más generosa.

Tú eres Madre, ¡oh María!, adivinas nuestras miserias. Eres madre de Dios, por lo tanto omnipotente. ¿Quién mejor que tú conoce el sin número de nuestras miserias? Aquellas del cuerpo y esas del alma; aquellas que te decimos y esas que hablan por si solas; nuestras vilezas, nuestras despreocupaciones, nuestras tontas vanidades, nuestros pecados. Todo esto gime en nosotros, y este clamor, a la manera de un gemido universal, sube hasta tu compasivo Corazón. Nos dices, entonces, piadosa: "no temas, soy tu Madre".

Pero Tú sientes además otro grito: el grito de nuestras almas sedientas de felicidad, de belleza, de verdad, de infinito; sedientas de Dios. Algunas veces nos sentimos sofocar, prisioneros como estamos de un mundo que no nos deja satisfechos.

Entonces tú, Madre de la divina gracia, nos conduces a la fuente que mana hacia la vida eterna y nos dices: "Sáciate: nunca podrás agotar los bienes que te alcanzo."

Y Tú estás allí; Tú, la más pura, la más bella de las criaturas, ofrecida a nuestra imitación. Entonces el camino de la santidad se abre a nosotros y la vida de aquí abajo es irradiada toda por ella. Tú nos muestras ese sendero y caminas con nosotros. Cualquiera haya sentido crecer en sí este llamado a una gran vida, ha siempre encontrado en Ti la gracia y la ayuda.

¡Oh Madre Admirable jamás invocada en vano, haz de nosotros -pobres seres-: santos, para la gloria de Jesús!

   
  Parroquia de Madre Admirable. Arroyo 917 Ciudad Autónoma de Buenos Aires. CP.1007 (011) 4393.3887 / 0137 by ILUSIONIDEAS