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Vigesimoprimera

Madre Admirable, delicia de la tierra y del Cielo.

Mientras tus ojos, Madre Admirable, se inclinan hacia abajo, en inmensa plegaria, solo atenta a la presencia de la Santa Trinidad que en Ti habita, las miradas de toda la tierra se vuelven hacia Ti y en Ti se complacen las miradas del Cielo entero.

¡Cuántas almas, oh María, descansan a tus pies y luego vuelven a partir transformadas! Mira la larga procesión de todos los visitantes a quienes has transformado y extasiado:

El niño de corazón sencillo que ha extendido sus brazos hacia la Madre de Jesús y le ha dado toda su ternura.

La doncella que, conmovida por tu pureza, te ha confiado el cuidado de su jardín cerrado y se ha ido más confiada y más virginal.

La esposa y la madre, que han hallado en Ti el secreto de su fidelidad y su coraje.

El apóstol consumido por las almas, que ha obtenido de Ti la alegría de las más generosas inmolaciones.

El pecador que ha comprendido, de tu acogedora sonrisa materna, que Tu lo estabas esperando.

El anciano, cuya lámpara está por apagarse, y ha mirado con radiante esperanza el camino del cielo hacia el cual Tu lo conduces...

También el cielo, ¡oh Madre Admirable!, encuentra en Ti sus delicias. Dios Padre se complace en la obra maestra de su creación. El Hijo te bendice porque has aceptado ser su madre y condividir su vida redentora. El Espíritu Santo se goza al hacer pasar por tus manos virginales el torrente de amor que debe purificar y santificar el mundo.

También la legión de los elegidos, allí arriba, se hace eco de las armonías de la tierra repitiéndote con inenarrable alegría: "¡Tota pulchra es María!", "¡Toda hermosa eres, oh María!"

¡Oh María, recogida y silenciosa! escucha cuántas delicias inspiras: ellas no turbarán nada a tu encantadora humildad...

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