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Vigesimatercera

Madre Admirable, que dices a todos una palabra de vida.

¡Oh Madre Admirable!, ¿como no comprender mejor a tus pies las palabras de vida que has dicho al mundo y que el Evangelio nos hace sentir?

Tu 'he aquí la esclava del Señor', ¿no es acaso palabra de vida? Esa palabra ha abierto al flujo del amor infinito, que surge de Dios, las puertas de la humanidad y abre a la vida divina la puerta de nuestra alma, toda vez que ella las pronuncia.

Tu "Haced lo que El os diga" ¿no es también palabra de vida?

¡Oh Madre!, no hay verdadero amor si no se acoge esta palabra; no hay santidad sin ella. Para quien la escucha y la vive es seguridad y paz.

Tu recurrir a Jesús -"Hijo mío, no tienen vino"- es también él palabra de vida. Es día, ¡oh María!, tu confianza, tu abandono, han abierto al mundo las efusiones de la gracia divina. Desde entonces, Tu eres la omnipotencia suplicante que tiende las manos a Dios en nombre de todas las angustias.

¡Una Palabra de vida! Hay una, ¡oh Madre!, que dices a tus preferidos cuando te das cuenta de que pueden recibirla: la palabra que ha llenado tu vida; la que suscitó en Ti las más grandes alegrías y los más grandes dolores; la palabra divina que el cielo exalta y que la tierra adora, que el pequeño balbucea al comienzo de su vida y que cierra los labios del moribundo cuando deja este mundo: ¡Jesús! Tu sola, ¡Oh Madre!, puedes decir a tus preferidos cuanta fuerza, cuanta dulzura, cuanta alegría, cuánta grandeza, cuanta vida, encierra en si este nombre mil veces bendito. No se pude haberlo aprendido de Ti y permanecer sin amor.

¡Oh Madre Admirable!, cada vez que nos postramos a tus rodillas, repite a nuestra almas atentas esta sola palabra de vida: "Jesús". Ella obrará en nosotros la plenitud.

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