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Vigesimacuarta

Madre Admirable,

 que con tu mirada nos transportas a un mundo mejor.

    ¡Oh Madre de Dios y de los hombres!, cuando me detengo, atento, delante de Ti, cuando considero la paz que te envuelve, cuando veo tu trabajo interrumpido y tus ojos vueltos hacia adentro, hacia una espectáculo que mi pequeña mente no puede alcanzar... entonces me pregunto, ¿dónde vive esta Madre Admirable? ¿hasta donde llega el alcance de su plegaria? ¿está todavía en la tierra o, más bien, su alma ha partido ya al cielo?

    Madre, respóndeme. ¡Quisiera tanto seguirte hacia aquella misteriosa región donde tu corazón parece haber establecido su morada! Pareces responderme: "Allí donde está mi tesoro, allí está mi corazón. Mi tesoro es la presencia de Dios. Moro en su amor y vivo de su voluntad". ¡Oh Madre Admirable! condúceme al encuentro con Dios; enséñame a llevar siempre a Jesús en mi alma, a vivir en Su presencia; que mi morada esté en su amor y mi alegría en su voluntad.

    ¡Oh Madre! dame la gracia de una vida de fe que sepa superar todas las sombras humanas para alcanzar, a través de todo, a Aquel que es la Luz.

    ¡Su Presencia! ¡Su amor! ¡Su voluntad! ¿No poseería entonces lo que espero del Cielo? Mirándote, ¡oh María!, pregusto la Patria feliz. Imitándote, dejándome guiar por ti, dando a Dios todo lo que espera de mi, ya vivo un poco, desde ahora, en aquella morada de eterna felicidad.

    Las cosas de la tierra adquieran, desde allí, su verdadera medida, y sea así yo libre de todo lo que no es mi Dios!

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